viernes, 25 de marzo de 2022

Centrales: ¿de verdad el tamaño importa?

Si tenemos que dar una descripción del físico que se nos viene a la cabeza cuando pensamos en un central, lo primero que se nos ocurre a todos es la altura. Un jugador grande, probablemente con hombros fuertes y, antiguamente, con cara de ogro. Si somos suficientemente jóvenes para no habernos criado jugando en campos de tierra, es posible que sustituyamos esta última característica por una buena zancada y cierta capacidad de giro. Pero creo que, si buscásemos un central entre una multitud, a pocos se nos ocurriría echar el ojo a alguien que no alcance 1,80 m de estatura.

Pues bien, durante toda esta temporada y parte de la anterior, ninguno de los dos centrales titulares de un equipo de Champions League ha alcanzado dicha cifra. Lisandro Martínez (1,75 m) y Jurriën Timber (1,79 m) componen la pareja de zagueros del Ajax de Ámsterdam, siendo el dúo de centrales más bajos que este autor ha visto en el fútbol de élite contemporáneo. Y no es que el Ajax sea un equipo de bajitos, ni mucho menos. Los centrales y el extremo brasileño Antony son los únicos componentes del once habitual que no rebasan el 1,80 m.

Si acudimos a la Liga española podemos encontrarnos otro puñado de centrales de poca estatura: el 1,76 de Djené Dakonam, el 1,77 de Hugo Guillamón y Joseph Aidoo, el 1,78 de Jules Koundé o 1,80 de David Alaba, Nacho Fernández, Eric García y Aritz Elustondo. Si bien es cierto que siempre han existido centrales así en la élite más absoluta (Cannavaro, Puyol o Baresi no llegaban a la susodicha cifra), hay que considerar la evolución de la altura de la población para hacer comparaciones. Es decir, no es lo mismo medir 1,80 m habiendo nacido en 1970 que en el año 2000. El segundo es comparativamente más bajo respecto a sus coetáneos.

¿Esta relativa proliferación es simplemente una casualidad o puede haber algún tipo de cambio de tendencia? Para profundizar en ello nos tenemos que apoyar en los cambios que ha sufrido el fútbol en los últimos lustros. A grandes rasgos, hace 15 años comenzó un proceso de perfeccionamiento de la salida de balón desde el área propia y, como contramedida, le siguió una proliferación de las presiones adelantadas. Esto ha modificado notablemente las funciones de casi todos los jugadores, la ocupación de espacios y, por tanto, las características necesarias para cada posición.

Antes de profundizar en cómo pueden haber afectado dichos cambios en el perfil idóneo de un central, vamos a comentar una cosa muy evidente. Sumar cualidades siempre es positivo, por lo que en el fútbol ser alto siempre es mejor que ser bajo. Si únicamente hablamos de la estatura (y no de la agilidad que pueda llevar asociada), más es mejor. Messi sería mejor jugador si midiese 15 centímetros más, igual que lo sería si fuese ambidextro o tuviese un saque de banda potente. Añadir aptitudes nunca resta. Aclarado este punto, profundicemos en la cuestión principal: si la altura ha dejado de ser una característica imprescindible en los defensas centrales.

Cuando pensamos en uno de esos centrales con cara de ogro, probablemente la primera acción que se nos viene a la cabeza es el juego directo. Hasta no hace mucho, esos centrales tenían que disputar muchos duelos con delanteros de un tamaño muy parecido, en auténticos choques de pesos pesados. Pero la búsqueda de delanteros más móviles e involucrados en el circuito asociativo ha conllevado la paulatina desaparición del delantero tanque. Además, las presiones adelantadas provocan que los balones largos se manden a zonas con menor densidad de jugadores, que además suelen estar en movimiento, en vez de en estático como antes. Por tanto ganar ese duelo cada vez es menos cuestión de volumen, y más de anticipación y un salto con menos contacto. Varios de los centrales que hemos mencionado a principio del texto (Koundé, Djené, Timber, Aidoo) son grandes saltadores pese a su estatura, y este cambio del tipo de duelo aéreo les hace relativamente dominantes en estas situaciones.

El otro escenario de batalla habitual del central frente al 9 clásico era el área. Con extremos a pierna natural cuya especialidad era el centro y parejas de delanteros orientados al remate, esta era la situación de máxima exigencia para un central. Con la normalización del extremo a pierna cambiada y consecuente pérdida de calidad de los centradores, el tipo de balón que llega al área ha sufrido cambios importantes. Si antes el centro se podía producir desde cualquier altura de la banda, actualmente casi todos llegan desde línea de fondo. Si antes los centrales tenían una marca muy claramente asignada (2x2 con los delanteros), ahora deben vigilar a un único punta y las llegadas de la segunda línea, o incluso del falso 9, cuando lo hay. Los centros desde línea de fondo exigen una mejor ocupación de los espacios, limitando las opciones al pasador, frente al (casi) único aspecto que importaba hace unos años: ganar el duelo al rematador. La técnica de despeje en estas situaciones se ha hecho vital, ya que la mayoría de centros rasos o a media altura los repele el central libre que tapa la zona del primer palo, e impide que se pueda disputar el duelo. En estas situaciones la altura sigue constituyendo un elemento vital, ya que alcanzar 10 centímetros más con la cabeza o el pie puede suponer ocupar mucho más espacio, pero el peso y fuerza probablemente no son tan importantes como lo eran no hace tanto.

Por último, pasemos a las funciones de los centrales que más han cambiado en la era de las presiones. Para mantener la igualdad numérica e impedir que el equipo presionado pueda encontrar una salida fácil, a uno de los centrales se le exige en ocasiones saltar al segundo jugador más adelantando del rival. Este central tiene que medir muy bien en qué momento abandonar a su pareja en la zaga y hasta dónde perseguir a dicho jugador (generalmente mediapunta o interior), evitando crear huecos muy grandes a su espalda que se puedan atacar con rupturas. Esto no solo exige una gran capacidad táctica y de decisión, sino también una mayor movilidad y explosividad para recuperar la posición y corregir desajustes.

Y si esto afecta a la cantidad de metros en vertical que tiene que recorrer un central, pensemos en el cambio que les han supuesto las nuevas funciones de los laterales. Hasta no hace tanto, era casi imposible que ambos laterales subieran a la vez y ahora los dos se mantienen muy arriba durante largos tramos. Esto ha hecho aumentar exponencialmente las veces que un central tiene que acudir a banda a tapar la espalda de uno de sus compañeros fugados, generalmente para disputar la pelota con jugadores de gran velocidad y regate. Uniendo estos dos últimos párrafos, podemos afirmar que el área de influencia de un central ha pasado de ser un cuadrado de 15x15 metros a uno de 40x40.

Ha llegado el momento de intentar responder a la pregunta, ¿habrá más centrales de menos de 1,80 m a partir de ahora? Parece obvio que las nuevas exigencias a campo abierto se cubren mejor con un cuerpo más liviano, móvil y preparado para repetir esfuerzos, como el del lateral clásico. Y sin embargo la estatura puede seguir siendo vital en el área y en cierto tipo de juego directo, de manera más o menos acusada en ciertas ligas y estilos. Creo que la norma va a seguir siendo que el central sea el jugador más alto de su equipo, pero no será tan raro ver a jugadores de menor estatura en la posición. No es casualidad que Koundé, Timber, Lisandro, Guillamón o Eric no superen los 24 años. Probablemente hace una década hubieran dejado de ser centrales en su ascenso al fútbol de élite, pero ahora mismo, su baja estatura no es impedimento suficiente.

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