lunes, 9 de noviembre de 2020

La cuadrícula de Baraja

Aunque en esta temporada tan extraña no lo parezca, ya se han jugado diez partidos de Liga desde que el Real Zaragoza de Rubén Baraja debutara el 26 de septiembre contra Las Palmas en una Romareda vacía y silenciosa. El equipo blanquillo sólo ha conseguido en el campo 8 de los 30 puntos en disputa en esas jornadas —a los que sumar dos más por la alineación indebida del Alcorcón—, pese a haberse enfrentado a cinco de los últimos siete clasificados de la Liga Smartbank. Lleva una racha horrible de 7 partidos consecutivos sin ganar, con problemas que no parecen solucionarse y en los que vamos a profundizar en este texto.

Ya en el debut liguero contra las Palmas quedaron claras cuáles serían las señas de identidad del equipo de Baraja, al menos en el aspecto defensivo. Desde ese día y hasta hoy, el Zaragoza siempre se ha plantado en un 4-4-2 de líneas muy claras, que espera al rival en bloque medio y trata de cerrarse en un espacio estrecho y compacto. En ciertas ocasiones ha subido las líneas de presión hasta la frontal del área contraria, pero generalmente prefiere ensuciar el juego rival cuando la pelota se acerca a la línea divisoria. La actitud de sus jugadores es activa cuando la pelota está en su zona, pero casi nunca se busca el robo, sino provocar una incomodidad en el poseedor que desemboque en un error. Las distancias entre los miembros blanquillos se mantienen fijas y es complicado ver situaciones de acoso de varios jugadores maños en una zona reducida. La escasa distancia entre defensas y centrocampistas hace que apenas haya espacio para recibir entre líneas, lo que fuerza a los equipos rivales a buscar las bandas para progresar. Es lo que el Zaragoza pretende, que el equipo rival acabe sus ataques con un centro lateral, muchas veces sin haber generado una ventaja previa que haga girar al equipo blanquillo, que se siente cómodo en la defensa dentro del área.

Errores en los córners frente al Leganés.

Estas son las líneas maestras de un plan que consiguió que el Zaragoza rayara a un excelente nivel sin balón durante las primeras jornadas. Estaba cómodo esperando, no se dejaba desbordar y apenas cometía errores. Pero los malos resultados y el pobre desempeño ofensivo del equipo (del que hablaremos más adelante) provocaron que empezaran a aparecer fallos de concentración puntuales, con la visita a Leganés como punto de inflexión. En la jugada del gol se puede observar como, pese a defender con los 11 jugadores dentro del área, nadie es capaz de darse cuenta de que en la frontal hay un jugador libre (ver imagen superior). La jugada acaba con un golpeo excelso de Arnáiz, es cierto, pero en un plan de partido que depende tanto del control absoluto de los detalles no caben errores como ese. El gol podría haber llegado en uno de los dos saques de esquina anteriores, con la misma situación, en la que Bermejo está en inferioridad de 3 contra 1 cuando el Leganés saca en corto, un error que se debió detectar y subsanar.

A partir de ese partido, la sensación de cerrojo defensivo dejó de estar tan presente y se ha producido un goteo ligero, pero continuo, de errores individuales que han lastrado al equipo y quedan claramente reflejados en un dato muy significativo: en los cuatro encuentros disputados antes de la visita a Leganés, Cristian Álvarez sólo había tenido que realizar 1’5 paradas por encuentro; en los seis siguientes, la cifra ha subido hasta las 3’7 estiradas del portero argentino.

Pero las sensaciones realmente preocupantes del equipo de Rubén Baraja han llegado cuando ha tenido el balón en su posesión. El vallisoletano se ha mostrado como un técnico metódico, rígido y conservador. Ninguno de estos tres adjetivos es negativo per se, la historia del fútbol ha visto triunfar a muchos entrenadores en cuya descripción también aparecerían alguna de estas cualidades, o incluso las tres, como pueden ser Marcelino García Toral, Unai Emery o Vicente Del Bosque, por citar tres nombres recientes y variados del fútbol español. El verdadero debe de Baraja ha estado en su incapacidad para resolver problemas, agilizar procesos y potenciar a sus jugadores en fase ofensiva, es decir, en la ejecución de su plan.

Desde el primer día, el Zaragoza cambió de esquema cuando pasaba a estar en control de la pelota, formando un 3-1-4-2 en el que Íñigo Eguaras se incrustaba en la izquierda de la primera línea de 3 en salida de balón (ver imagen inferior izquierda). En el centro del campo quedaba solo Javi Ros, con los interiores cerrados por delante, los laterales abiertos y alzados, y los puntas arriba. El comportamiento del equipo ha sido siempre muy conservador, buscando un ritmo bajo de circulación donde predomina el pase de seguridad, con el que trata de evitar que el partido se pueda romper, pero que hace que le cueste horrores generar espacios interiores o situaciones donde el rival se pueda desordenar. Baraja restringe el movimiento individual de cada jugador, que tiene asignada una cuadrícula de la que prácticamente nunca sale. No se ven intercambios de posiciones, movimientos diagonales hacia las bandas o siquiera rupturas interiores. Cada jugador adelantado espera en su zona, trata de fijar a su par y cuando recibe está obligado a devolver el balón de cara, sin que la circulación obtenga ventaja alguna.

3-1-4-2 con balón.

Esto hace que la mayor parte del tiempo la pelota no consiga avanzar de la línea de 3 defensas. Para que ellos consigan generar algún tipo de ventaja se necesita una proeza individual que, por supuesto, no se produce por el riesgo que conllevaría, algo que Baraja quiere evitar a toda costa. Ejemplo de ello es la ausencia de conducciones que puedan atraer rivales o batir línea. El Zaragoza peca de mandar a los 4+2 de las últimas líneas exageradamente arriba (ver imagen superior derecha), lo que dificulta aún más los pases de centrales y mediocentros si quieren avanzar. Además, en las primeras jornadas el Zaragoza se encontró con la peor versión de Eguaras, tremendamente exigido por el sistema. El navarro, especialista en batir líneas con pases verticales, se encontró sin receptores habilitados por delante y constreñido contra la banda izquierda, con la salida hacia su pierna natural tapada por los puntas rivales y la presencia de Javi Ros, poco ducho en el giro y aceleración.

El primer remedio que intentó aplicar Baraja ante este atasco fue cambiar al acompañante de Eguaras, con Zapater y Buyla teniendo su oportunidad frente a Leganés y Mirandés. Tras ello, mandó a Eguaras a un limbo del que no ha vuelto y decidió realizar un cambio mayor. El vallisoletano hizo que Carlos Nieto fuese el encargado de formar a la izquierda de la primera línea de 3 y matizó el esquema, que pasó a ser un 3-2-4-1, con dos mediocentros en salida de balón por delante de los 3 defensas (ver imagen inferior izquierda). Ros e Igbekeme comenzaron siendo los integrantes de ese doble pivote, que debía servir como escalón intermedio entre la defensa y las líneas adelantadas. Pero la incapacidad de ambos para perfilarse y su falta de creatividad en la base de la jugada hizo que la teórica mejora no tuviese repercusión real en el equipo. La inclusión de Francho en las últimas jornadas ha agilizado algo la circulación, con el canterano dejando de jugar en paralelo con su compañero en la medular (ver imagen inferior derecha).

3-2-4-1 con doble pivote.

Prácticamente de manera simultánea a este cambio se produjo la aparición y consolidación de Sergio Bermejo en el once. El madrileño es un torrente de energía y dinamismo, capaz de aparecer en distintas alturas y acelerar el fútbol de su equipo. Parecía poder ser la solución individual a un problema colectivo, pero al salir al campo se ha encontrado que este ya estaba parcelado. La rigidez con la que Baraja marca el espacio que debe ocupar cada futbolista hace que Bermejo no pueda salir de su zona, porque se pisa con un compañero, ni pueda jugar entre líneas, porque casi nunca le encuentran. Nadie juega a lo mismo que él y su efecto se acaba diluyendo como una pastilla efervescente.

El jugador más potenciado hasta ahora por el esquema de Rubén Baraja está siendo Pep Chavarría, un tremendo descubrimiento en este inicio de temporada. El catalán es un cohete en la banda izquierda, capaz de generar constantemente en el uno contra uno si su equipo le encuentra en las condiciones adecuadas. Aunque muchas veces se encuentra con dos rivales a los que regatear (el Zaragoza no mueve el balón rápido y permite que el rival bascule), Chavarría siempre puede encontrar el hueco para sacar un centro peligroso. Por eso sorprendió tanto que Baraja, ante la baja de Nieto en Tenerife, amarrara al catalán atrás, en la línea de 3, perdiendo a su jugador más desequilibrante en la zona del campo donde puede resultar decisivo.

Con esta decisión Rubén Baraja ha dejado muy claro que su idea es innegociable y que potenciar a sus jugadores introduciendo matices está muy lejos de ser su prioridad. Como prueba definitiva de esto queda la situación actual de Eguaras y Vučkić, probablemente los jugadores con mayor capacidad asociativa del equipo junto a Bermejo. En un equipo que promedia un 56% de posesión y que trata de dictar el ritmo del partido, han sido relegados al ostracismo por el entrenador porque no encajan directamente en su esquema. En vez de intentar potenciarlos de alguna otra forma, prefiere poner a sustitutos que, aunque no aporten nada al juego colectivo, no le exigen realizar ajustes. No se espera que Baraja salga de su cuadrícula, así que a alguien le va a tocar sacarle.

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